jueves, 19 de junio de 2014

Nietzsche tenía razón...En parte

Una de las obras más importantes de Friedrich Nietzsche –y tal vez una de las más polémicas del autor- ha sido la Genealogía de la Moral. Ciertamente no es una obra que ha muchos les gustaría leer, especialmente si uno es de aquellos que gustan de llamarse “buenos” y “justos”; de igual modo, a otros probablemente les agrada porque ven en ella la justificación perfecta a sus actos o ideales (téngase por ejemplo a los nacistas quienes vieron en los escritos de Nietzsche la justificación a su antisemitismo)[1]. Sea como sea, lo es cierto es que una vez leyéndolo, no te queda de otra más que hablar de él, ya sea para apoyarlo o rechazarlo: No se puede decir que no movió a nada, ni nada.

La obra tiene objetivos específicos que el mismo autor plantea en su prefacio[2]: Conocer cómo invento el hombre las apreciaciones del bien y del mal, y, qué valor tienen en sí mismas, si han sido o no favorables a la humanidad, etc. La obra, a su vez, esta dividida e tres apartados: Bueno y malvado, bueno y malo (primera parte), Culpa, mala conciencia y semejantes (segunda parte); y: ¿Qué significan los ideales ascéticos? (última parte); sin embargo, el apartado que tratamos es muy específico y muy importante: Culpa, mala conciencia y semejantes.

En dicho apartado Nietzsche plantea que el origen de la moral occidental se encuentra en sentimientos reactivos como el deseo de venganza y el resentimiento, mientras que el Superhombre es aquel que libre de todo sentimiento de culpa (consecuencia de la moral occidental), lleva a cabo su instinto y sus sentimientos activos, de manera que solo el es dueño de sus actos y fundamento de la moral.

En dicho planteamiento tiene razón. Efectivamente, lo primero que pasa por la cabeza de uno cuando el compañero no responde a su responsabilidad, es el deseo de verlo pagar por la falta: resentimiento. Cuando un católico reza en la Adoración Nocturna contra la “prensa impía”: resentimiento. Cuando los pobres exigen “justicia”: resentimiento. En todos y cada uno de los casos hay resentimiento, la frustración de los oprimidos e impotentes, y que, muchos casos, como en el segundo ejemplo, se acude a un Dios que les haga justicia contra los enemigos, en vez de reconocer el deseo de venganza en uno mismo.

Son los sentimientos reactivos los que originan esta moralidad, de manera que “es ilusorio pensar que podríamos mantenernos alejados de toda maldad guardando las apariencias de la impotencia y de la inocencia en vez de encarar la culpa del perpetrador, incluso al precio de cometer algún mal nosotros mismos…quien se somete pasivamente a la culpa del otro –como en los casos mencionados- no sólo no puede guardar la propia inocencia, sino que, además, siembra la desgracia”[3]

En este sentido cobra fuerza lo argumentado por Nietzsche cuando hace notar que el origen del concepto culpa proviene del de deuda, y junto con la culpa, la mala conciencia de quien, por resentimiento, no se atreve a vivir y experimentar la voluntad de poder que posee; a la par van igualmente los sentimientos de inocencia y justicia. En efecto, según algunos, como Bert Hellinger, sostienen que “la culpa como deuda y la inocencia como descarga y derecho a la reivindicación se hallan al servicio del intercambio...nos hacen sentirnos en orden, bajo control y buenos”[4] En pocas palabras, Nietzsche propone algo que no es tan descabellado como podría parecer de principio.

Es, pues, claro que queda en la memoria todos estos sentimientos, y, con ella, se van desarrollando las personas y los pueblos. En este aspecto, la memoria juega un papel clave en el proceso mencionado por Nietzsche y en el cual tiene razón: los sentimientos reactivos llevan a querer someter a los “opresores” pero al mismo tiempo a mantenerse uno como el justo e inocente. Esto es un hecho que los psicólogos han observado y lo han llamado memoria selectiva[5]. Freud fue el primero el darse cuenta de cómo se reprimen deseos y recuerdos desagradables, así como la creación de recuerdos falsos para solapar algo que podría poner en peligro la seguridad interior. Ayuda, pues, a recordar evidencias que favorezcan los puntos de vista propios y a olvidar los datos que sean contradictorios para nuestra propia imagen llevando a la constancia perceptiva. Así, él que llevó a cabo todo este proceso, siempre se sentirá y verá como justo e inocente aun cuando sea evidente su culpabilidad. ¿Será acaso a lo que se refería Nietzsche y por ellos lo recriminaba a la sociedad occidental de su tiempo? Parece entonces que Nietzsche tuvo razón también en este aspecto.

Para no ser muy extensivos, con los pocos datos anteriores podría concluirse que Nietzsche tuvo razón en lo que decía respecto a como se da en muchas ocasiones la supuesta moralidad en algunas personas, grupos y hasta en sociedades enteras. En efecto, a lo lago de la historia se puede observar como el oprimido, al alcanzar el poder, se vuelve en opresor. Baste como ejemplo la Iglesia Católica. De perseguida por los judíos y romanos, a persecutora de judíos, paganos y herejes. Como ejemplo se puede mencionar la pena de muerte que empezó a aplicarse a los herejes desde el Edicto de Milán[6] y se continúo propagando con la Santa Inquisición dentro de una religión que predica el amor y el perdón. Ni mencionar las autoflagelaciones, las penitencias, los castigos corporales, etc., presentes en las religiones (manifestada en no pocos santos), que dejan entrever lo que Nietzsche dice acerca de la interiorización del deseo de dolor. Parece, nuevamente, que Nietzsche tiene razón en todo lo que dice, o al menos en casi todo.

En efecto, aunque la experiencia enseña (como en los casos mencionados) que muchas veces la moralidad y la vida “inocente, justa y recta” (como en la época victoriana) es pura hipocresía e instinto de poder frustrado, y en ocasiones interiorizado, dichas manifestaciones están lejos de ser verdaderamente morales. Todo lo contrario, son la plataforma perfecta para una sociedad hipócrita que se da “golpes de pecho” por sus pecados aunque hacen todo por seguir viviendo y desarrollando ese instinto del que Nietzsche habla. Por eso es totalmente correcto lo él dice. El pero del asunto, es que todo lo dicho es válido únicamente para la falsa moral, y de cualquier manera, no llega al origen de la moral.

Lo primero por lo que Nietzsche no tiene razón es por el hecho de reducir el origen de la moralidad al único hecho de la voluntad de poder manifestada en el  gusto instintivo del provocar dolor ajeno. Puede cuestionarse uno si es realmente el poder lo que mueve las acciones humanas. De hecho, Freud dirá que es el líbido[7] lo que mueve toda la existencia del hombre, Adler dirá que es el arrangement[8] o verse libre de la responsabilidad; Frankl dirá que es la búsqueda de sentido; Fromm, el sentimiento de separatividad[9] vencible únicamente por el amor real y maduro. Es decir, todos y cada uno de los autores reduce las motivaciones de las acciones humanas a algunos de los aspectos mencionados, y por lo tanto, no concluyente, de lo cual se desprende que no se puede poner el origen de la moralidad únicamente en la voluntad de poder, ni en un deleite por el dolor, pues no son el único aspecto que posee el ser humano y mucho menos el que posee mayor peso. En todo caso, los más cercanos a algo por el estilo son Fromm y Frankl.

La relación acreedor-deudor, por otra parte, conlleva en el fondo la pregunta sobre el por qué un deudor (sino en dicha relación tiene origen la moral) tiene que sentirse obligado a pagar, (recordando además que el dolor que pueda provocar el acreedor no es totalmente condicionante como para mover a respetar el trato, pues podemos ver como alguien que se lastima, por ejemplo en un deporte, no lo deja de practicar lo que le gusta por el dolor provocado, es decir, no necesariamente marca) si no hay de hecho una experiencia de lo moral. Por otro lado, esto deja ver que el nacimiento de la moralidad va más allá de la realización de una actividad en específico (en este caso, la relación acreedor-deudor), sino que es un constitutivo de la naturaleza humana en el que concurren muchos elementos que son intrínsecos  a la naturaleza del hombre.[10]

Por otro lado, el superhombre sin moral y que se deja llevar por sus instintos y sentimientos activos en la vida real es imposible. Primero, porque el hombre no se reduce a la voluntad del poder (como se hizo notar anteriormente). Segundo, porque donde el hombre ha dejado fluir sus instintos no se elimina del todo ciertos límites morales. Así, hay un mínimo de moralidad incluso en los grupos delictivos.

Por lo anterior, se puede concluir que el principal error de Nietzsche es absolutizar un aspecto de la vivencia humana (por estar el mismo sometido al resentimiento del que habla) y a partir de él, querer desprender el origen de la moralidad, y por lo tanto, la posibilidad de una sustitución de los valores morales vigentes, sin mencionar la falacia genética[11] que usa. Con todo, no dejan de ser ciertas muchas de las observaciones de las que habla.

Ahora bien, ¿la crítica que le hace a la Iglesia en dichos aspectos es cierta? Sí, pero cabe distinguir que no crítica ni a Dios ni a la Iglesia en sí misma, sino la caricatura de Iglesia que en ocasiones somos. Nietzsche estaba e contra de una Iglesia (no necesariamente a la catolica) cuya jerarquia presentaba a un Dios despotico que se goza de la opresión y el dolor autoinfrigido. Crítica a un Dios que no deja el progreso del ser humano y que lo quiere ver siempre por tierra, y ciertamente, este es un Dios que NO PREDICAMOS los cristianos, pero en ocasiones nos damos cuenta tarde.

[1] Cfr. http://www.alcoberro.info/pdf/nietzsche16.pdf
[2] Cfr. NIETZSCHE, F. “Prefacio”, Genealogía de la Moral: un escrito polémico, no. 3
[3] HELLINGER, B. El centro se distingue por su levedad: Conferencias e historias terapéuticas. Herder, Barcelona, 20032, p. 27
[4] Ibíd., p. 23
[5] Cfr. MC NEIL, E. La naturaleza del conflicto humano. CFE, México, 1975, p. 74-75
[6] Cfr. COMELLA, B. La inquisición española. RIALP, Madrid, 20044, p. 11
[7] Cfr. FRANKL, V. Logoterapia y análisis existencial. Herder, Barcelona, 19942, p. 17
[8] Ibídem.
[9] FROMM, E. El arte de amar. Paidós. México, 2000, p. 19.
[10] Vide. Para una mayor información: FERRER, J.-ALVAREZ, C. Para fundamentar la bioética.  Descleé de Brouwer. Bilbao, 2003, p. 36-45.
[11] Cfr. http://www.alcoberro.info/pdf/nietzsche16.pdf

miércoles, 18 de junio de 2014

SIN OTRA LUZ Y GUÍA SINO LA QUE EN EL CORAZON ARDÍA

"En una noche oscura" (Lc 15, 17-24)
Esta es una reflexión que nos dio el P. Wilberth (formador del área humana), espero que les ayude a reflexionar, especialmente si pasan por problemas:

La noche en la Biblia es la madre del día, en ella se gesta la claridad de la mañana (Gn 1, 1ss). La noche es la hora de descanso, de encuentro, donde se estrechan los lazos familiares, donde todo entra en sosiego pero al mismo tiempo es hora del peligro y confusión, donde la soledad puede hacerse más aguda, las horas eternas...

La noche sirve de lenguaje para el corazón del hombre, para expresar su dramática aventura. Es noche hacer consciente el inconsciente, encontrarnos cara a cara con toda nuestra realidad tal y como es; noche es descenso a los infiernos, es decir al fondo de nuestro ser que se debate entre las luz y las tinieblas, la adoración o la resistencia; noche es compartir con Jesús sus cuarenta días en el desierto; noche es pascua personal, la hora de terminar de asimilarnos a Jesús.

La noche es un momento clave de la vida, un largo y gradual proceso, con horas de dramática intensidad, donde por necesidad, dolor, angustia, soledad y simultáneamente por amor, que madura y busca su plenitud, se sale definitivamente de sí en búsqueda del otro, de la vida, de la felicidad, de Dios. Es una dicha, una dolorosa dicha, un parto.

Abraham salió de su tierra, pero la verdadera salida será el sacrificio de Isaac. Un día salimos o saldremos de casa, pero hay un salir más profundo, el salir de sí, del modo humano de sentir, imaginar y razonar, al modo divino, por medio de la fe, esperanza y caridad. Hasta ahora, a lo sumo se había conocido "el sosiego", la tranquilidad, pero no la plenitud.

Nunca tan oscura y nunca tan segura. Un ciego no puede guiar a otro ciego. Jesús es el camino, nadie va al Padre sino por él. El que nace del Espíritu y se deja conducir por él, no sabe de donde viene ni a donde va (Jn 3). Solo el ciego se deja conducir sin resistencias, ve que no ve y cree, y porque cree, ve y encuentra (Jn 9). La peor ceguera es no ver que no se ve, es refugiarse en una pequeña burbuja de luz en medio de la oscuridad y renunciar a las estrellas.

La razón esta madura cuando, humilde y sabiamente, comprende que es razonable dejar de razonar, y ha llegado la hora de escuchar y creer, para poder acceder más allá de sus estrechas fronteras. La voluntad está madura cuando es capaz de amar sin sentir y la memoria cuando, no teniendo imágenes donde hacer pie, es capaz de esperar.

Es un camino escondido, que nadie puede ver y donde no se ponen los ojos en otra coa que en esa luz que arde en el corazón. La memoria del amor es la guía, el único guía cuando ya no hay caminos y ni siquiera parece haber metas. Cuando la mente y los sentidos no saben, no entienden y no encuentran, el corazón tiene algo que decir, él sabe.

El corazón es un guía más cierto que la luz de mediodía, él sabe donde está el amor, donde está la vida. Pero como a los profetas, solo se los escucha en el destierro...El mediodía puede paradójicamente ser el momento más oscuro; nunca tanta luz se muestra insuficiente para entregarnos al que buscamos.

El corazón sabe adonde y quien. Solo el amor descubre la presencia. La vida y la felicidad no están en la gloria, el poder, en la fama, en el éxito, en el sexo, en lo extraordinario; sino en cada realidad, en cada circunstancia, aun en la más humilde. La vida y la felicidad están en descubrir el tesoro escondido, es decir, la presencia que encierra todo lo presenta. No está en lo que pasa sino en como se le vive.

La noche se hizo guía, se hizo amable a invitarnos a trascender, a penetrar, a salir y permitirnos encontrar al que está más allá. La noche nos hizo salir y nos permitió encontrar, pero es capaz de algo más profundo, es capaz de transformar. Salir es mucho, pero mucho más profundo que salir de un lugar es salir de un modo de ser a otro. Esa es la maravilla del amor, poder asemejarnos a aquel que amamos. La plenitud de la vida es comunión, la unión; y esta solo es posible en plenitud, cuando nos transformamos. A eso llamamos unión transformante, cuando el amor nos hace semejantes. No es extraño encontrarse con personas que se aman a tal punto que sin dejar de ser ellas son de alguna manera el otro.

Es duro sentir vacio y pobreza, pero tal vez es peor saberse lleno de vida, de amor, de sentimientos y no tener a quien darlos. Morir con el corazón sin estrenar es la esterilidad llevada al extremo. Otra forma no menos dura de soledad es haber entregado lo más profundo a quien no supo valorar ¿pero no es acaso el riesgo que corre todo el que se anima a la aventura del amor? ¿acaso no es el riesgo que corrió el Padre al ofrecernos a Jesús?

Saber acoger, con respeto y amor, lo más sagrado del otro, no es solamente amarlo con fineza, sino permitirle comprobar y manifestarle, lo que ha pasado con nosotros. Solo son capaces de encontrar los que han sido encontrados. Es preferible tener cicatrices en el corazón y no que se marchite aguardando mejor ocasión.

"Allí quedó dormido", un corazón duerme cuando encuentra otro corazón que vibra con la misma sintonía. Es Dios quien nos busca y es Dios quien duerme cuando nuestro corazón al fin lo acoge. Solo cuando somos capaces de creer que Dios o alguien duerme y goza al encontrarnos, podemos descansar. Descansar es quedarse y olvidarse, reclinando el rostro sobre aquel que nos ama. Allí cesa toda preocupación y búsqueda, allí podemos al fin abandonarnos en aquel que nos ama a su cuidado.