Las
emociones son tal vez una de la realidades humanas más difíciles de tratar
tanto a nivel personal, social o incluso como objeto de estudio; en efecto,
aunque todos tenemos emociones ¿quién no se ha visto en apuros al momento de
tener que expresar abiertamente lo que siente o, peor aún, la ha expresado de
tal forma que ha ocasionado inconvenientes? La dificultad para reconocer los
propios sentimientos y, más aún, de expresarlos, es tal vez uno de los
problemas más grandes de nuestra civilización contemporánea (Goleman, 1995) y
no poca influencia ha tenido en ello la mal interpretada definición que Aristóteles da del ser humano según la
cual el
hombre es un animal racional.
La
exaltación de la razón ha conllevado, especialmente en occidente, a concebir la
vida emocional muchas veces como algo meramente instintivo, infantil, con
necesidad de ser controlada o incluso aplastada por la razón misma. En
consecuencia se ha llegado a asociar la inteligencia y sus medida (IQ) como lo
más importante e incluso se piensa que a mayor inteligencia mayor madurez moral
y emocional posee el individuo siendo de hecho muchas veces lo contrario
(Goleman, 1995). Por lo tanto, hay individuos muy inteligentes y capaces
intelectualmente hablando pero muy inmaduros emocionalmente con desastrosas
consecuencias para sus vidas, las de sus familias y por consecuencia con
impacto social.
Ahora
bien, la importancia de revalorar las emociones, su función en nuestra vida y
la formación de la persona en este aspecto es de suma relevancia no solo para
que las personas puedan llevar una vida plena y sin escisiones, sino también -y
como consecuencia de esto- para mejorar una sociedad cada vez más individualista,
materialista, desconectada y condicionada por los paradigmas mercadotécnicos.
Aunque
es difícil definir que es una emoción, se puede considerar como todo un
fenómeno o constructo psicológico que dura poco tiempo en el cual intervine
toda una manifestación de sentimientos, estimulación corporal y expresión con
cierta dirección o intención para adaptarse a un suceso significativo.
De
esta forma, una emoción es una forma de estar-en-el-mundo,
es decir, una emoción es estar implicado
en algo (Heller, 2004) pues solo hay emoción si hay implicación, si soy yo en este mi presente el que se
relaciona y adentra en ese algo que se presente ante mí como significativo. Ese
algo puede ser cualquier cosa: una
persona, un concepto, un problema, otra emoción o sentimiento, etc. Posee
dirección, sentido e intensidad; puede ser positiva o negativa, activa o
reactiva (como Nietzsche llega a mencionar respecto de la moral)
No
es, pues, un fenómeno concomitante,
pues la implicación es el factor constructivo inherente al actuar y pensar por
vía de la acción o de la reacción.
De
lo anterior se desprenden algunas consideraciones:
1)
Las emociones no son ni buenas ni malas moralmente hablando (Vernaux, 1988),
como dirigirlas o enfocarlas es lo que conlleva una valoración moral así que no
hay porque sentir culpa por ellas. La importancia de dicha afirmación reside en
que para poder aprender a usar toda la potencia que las emociones nos dan hay
que primero ser consciente de que es realmente lo que sentimos, de nada sirve
negar que sientes algo pues pelear contra ti mismo.
2)
Aunque tienen una raíz instintiva, no son solo fruto del instinto ya que solo
hay emoción cuando hay una implicación, esto es, una conciencia más o menos
clara de algo que es importante, de algo que se asume como propio y que da una
respuesta a una circunstancia interior o exterior.
3)
De la consideración anterior se desprende que es posible formarse para vivir
plenamente las emociones, aprender a expresarlas y encauzarlas para usar su
potencial ya que al implicar conciencia implican también la existencia de
racionalidad en ellas. Se puede aprender a vivir las emociones y a usarlas en
nuestro contexto.
4)
Como se mencionó casi al principio del presente escrito, la necesidad de
formarse en la inteligencia emocional
o, lo que es igual, de formarse emocionalmente, es cada vez más necesario dado
el contexto mundial. Podrían decirse muchas problemáticas a nivel personal,
familiar y social producto de la sociedad contemporánea. Goleman (1995), Heller
(2004), Fromm (2000) mencionan algunas consecuencias a las que ha llevado el
actual sistema sociopolítico-económico de occidente, entre los que se pueden
mencionar la desintegración familiar, la falta de sentido vital, drogadicción,
la comercialización del amor, etc. No
es que no existieran anteriormente problemas, sino que han comenzado a emerger
como consecuencia del sistema mismo y del
mismo modo se ha comenzado a cobrar consciencia de problemas que ya existían
previamente..
Ahora
bien, ¿qué es la inteligencia emocional?
Podría decirse a grandes rasgos que es la capacidad o habilidad de saber percibir, comprender y manejar las propias
emociones: el autocontrol nacido del famoso gnoscere
te ipsum: conócete a ti mismo. A pesar de los miles de años que han pasado
desde que se escribió dicha frase en el oráculo de Delfos, no ha dejado de
tener vigencia. En efecto, el ser humano -a pesar de los muchos avances científicos
y tecnológicos- no ha dejado de ser eso: ser humano.
El
verdadero sentido de ser un animal racional no es el de ser iguales a una
computadora (en todo caso la computadora sería más racional: baste observar los
hipotéticos casos presentados en las películas donde las maquinas dominan: Matrix, Yo Robot, Terminator). No, la
riqueza del ser humano no reside en la de ser una máquina, sino un ser donde se
junta todo: inteligencia, emoción, instinto, libertad, individualidad y
socialización…todo. Un ser condicionado pero abierto al infinito tanto en su
capacidad de conocer como de vivir y sentir.
Ver
las emociones no como el enemigo a enfrentar, sino como parte buena y esencial
de uno mismo (recordando un principio ontológico: Todo cuanto ES, es bueno por el solo hecho de ser) no solo ayuda a
disminuir una tensión ficticia e innecesaria, sino que también nos ayuda a
ampliar nuestro enfoque, ver nuevas posibilidades y aprovechar nuestra riqueza personal; te lleva a ser
creativo, a explorar, a disfrutar la vida, a buscar nuevas experiencias, a
integrarse y crecer, en una palabra: a ser feliz y qué es la felicidad sino
alcanzar la plenitud a la que está llamado nuestro ser.
En
conclusión, el que quiera vivir plenamente debe aprender a poder utilizar toda
la riqueza que encierran sus emociones, es algo por lo que vale la pena
esforzarse tanto a nivel personal como social pues yo soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo.
De esta forma, la inteligencia emocional no solo ayuda al que quiera vivir
plenamente, sino en consecuencia y a la par en mayor o menor medida a todo lo que le rodea y con esto poco a poco a la
sociedad.
FUENTES
Coon,
D. y Mitterer, J. (2010) Introducción a
la psicología: El acceso a la mente y la conducta. México D. F.: Cengage
learning
Fromm,
E. (2000) El arte de amar. México D.
F.: Paidós
Goleman,
D. (1995) La inteligencia emocional.
México D. F.: Javier Vergara Editor
Heller,
A. (2004) Teoría de los sentimientos.
México D. F.: Ediciones Coyoacán
Reeve,
J. (2002). Motivación y emoción. México,
D. F.: Mc Graw Hill
Verneaux,
R. (1988) Filosofía del hombre.
Madrid: Herder
http://almas.com.mx/blog/2014/05/que-son-los-sentimientosy-para-que-los-tenemos